









Para el pueblo indígena bribrí, la serpiente es la protectora del bosque, pero también es enemiga del ser humano. Se cree que cuando una persona la toca, le entrega su espíritu. Por eso, solo los awápa o chamanes pueden manipularlas. Esta creencia y la falta de información sobre cómo evitar mordeduras han llevado a que los humanos las despedacen con sus machetes cuando las encuentran en el bosque.
Esta realidad trasciende culturas, de acuerdo con Sebastián Hernández, indígena bribrí y propietario de la Estación Biológica Kéköldi, en el Caribe costarricense. María Elena Barragán, herpetóloga ecuatoriana, explica que los seres humanos se sienten afines y atraídos a animales con ojos redondeados y orejas, es decir, que se les parezcan, lo que ayudaría a explicar el rechazo hacia las serpientes. Además, la colonización española, dice, reforzó la idea de la serpiente como símbolo del mal.
Un grupo interdisciplinario trabajó en la inserción de los radiotransmisores para el proyecto en Kéköldi. Foto: cortesía Bushmaster Conservation Program
En realidad son especies tranquilas, dicen Hernández y Barragán. Luis Alejandro Galvez, biólogo boliviano que rescata y difunde información sobre estos reptiles, coincide. “Cuando se ven amenazadas, como toda especie, se van a defender”, dice Hernández. Añade que las mordeduras suelen darse por negligencia humana, por ejemplo, por no usar botas en el bosque o por accidentes, cuando alguien cae cerca de una serpiente.
Difundir protocolos de prevención y capacitar, principalmente a las comunidades más alejadas sobre cómo actuar ante mordeduras, es clave para cuidar la salud de la población y evitar ataques por temor o represalia que pongan en peligro las poblaciones de serpientes.
El biólogo Luis Galvez sostiene una yope (Bothrops diporus) con el gancho herpetológico, durante un rescate. Foto: cortesía Luis Galvez
“Es un grupo de animales importante”, asegura Barragán, pues ayuda a mantener el equilibrio de los ecosistemas. Además, explica, del mismo veneno se extrae el suero para atender el envenenamiento y ahora es usado para desarrollar medicamentos para tratar enfermedades como el Parkinson y distintos tipos de cáncer.
En este Día Mundial de las Serpientes, Mongabay Latam habló con los tres expertos en serpientes sobre sus proyectos científicos, educativos y de rescates para conservar a uno de los grupos menos entendidos y apreciados del reino animal.
Una herpetóloga lidera un centro pionero en Ecuador
Cuidado y manejo de la verrugosa del Chocó (Lachesis acrochorda). Foto: cortesía María Elena Barragán
A finales del siglo XX, el biólogo francés Jean-Marc Touzet ya tenía evidencia de que Ecuador albergaba una gran biodiversidad. Esto lo motivó a crear, en 1989, la Fundación Herpetológica Gustavo Orcés para promover el estudio y la divulgación de conocimiento sobre los anfibios y reptiles, de acuerdo con María Elena Barragán, directora ejecutiva de la entidad.
El Vivarium de Quito es el principal proyecto de la fundación. Allí viven 300 ejemplares en cautiverio, que provienen de colectas para estudios científicos y de decomisos de vida silvestre realizados por las autoridades. Los reptiles son las especies más traficadas de Ecuador. La mayoría no podrán ser liberados porque no se sabe de dónde fueron extraídos. La Fundación enfrenta grandes desafíos económicos para estabilizar y mantener a cada individuo.
María Elena Barragán, directora de la Fundación Herpetológica Gustavo Orcés, imparte capacitaciones a comunidades que tienen un alto índice de conflictos con serpientes. Foto: Cortesía María Elena Barragán
En el Vivarium, especialistas recopilan información sobre comportamiento y biología. “Eso ha significado 50 publicaciones asociadas a especies de reptiles y anfibios de Ecuador”, dice. Además, en el centro se han capacitado alrededor de 3000 estudiantes de pregrado y posgrado. Barragán fue una de esas estudiantes.
En 1990, mientras estudiaba biología, visitó el Vivarium y se quedó encantada. Se unió al equipo en una época en la que la herpetología era casi solo para hombres. Poco a poco le dieron más responsabilidades y con el pasar de los años vio que cada vez había más mujeres en el campo. “Como mujer en un medio de hombres, tu voz no es tomada en cuenta, eso me ha ayudado a reforzar mi carácter, ahora que tengo 56 años no le pido permiso a nadie para hacer mi trabajo”, afirma.
La fundación también hace rescates, ya que en la capital ecuatoriana hay especies inofensivas como la falsa coral (Lampropeltis triangulum) y en el noroccidente del Distrito Metropolitano de Quito hay serpientes venenosas como la verrugosa del Chocó (Lachesis acrochorda). Además, miembros de la entidad capacitan a equipos como el de la Unidad de Protección del Medio Ambiente de la Policía en el manejo, ya sea para el rescate o el decomiso.
Serpiente caracolera del género Dipsas. Foto: Thomas Nicolon
En 1993 crearon el programa de educación en prevención de accidentes provocados por mordeduras de serpientes. Barragán estima que han capacitado a unas 5000 personas de todo el país en cómo evitar y actuar ante los accidentes. Por este conocimiento y experiencias, miembros de la fundación participaron en la creación del primer protocolo para el manejo clínico para el envenenamiento por mordeduras de serpientes, publicado en 2017 por el Ministerio de Salud Pública.
La herpetóloga destaca una alianza que la fundación estableció con comunidades de la zona del Chocó Andino, en el noroccidente de Quito, para capacitar a mujeres en el tejido de brazaletes con los colores de la coral. “Cuando hay economía alrededor de las serpientes, las personas les ven con otros ojos. Ese para mí es el camino de esperanza”, reflexiona.
Después de 35 años de trabajo de la fundación, Barragán cree que hay una nueva visión: “Ya no es el animal al que hay que machetear, ahora la gente ve que son importantes, que ayudan a consumir roedores. Estamos poniendo la semilla en buena tierra”.
Un costarricense investiga la vida secreta de las serpientes
Sebastián Hernández ha participado en proyectos de investigación de aves, anfibios y otros grupos de animales. Foto: cortesía Bushmaster Conservation Program
“Nadie es profeta de su mismo patio”, dice Sebastián Hernández, administrador de un proyecto enfocado en la serpiente matabuey (Lachesis stenophrys), parte de The Bushmaster Conservation Program, que estudia al género de serpientes venenosas Lachesis en Costa Rica.
Su cultura prohíbe la manipulación de cualquier especie animal, pero él está convencido de que la ciencia es necesaria para conservar el territorio. Por eso, construyó una estación biológica que recibe a estudiantes e investigadores interesados en la flora y la fauna de Kéköldi, comunidad ubicada entre selvas tropicales, parques naturales y el Caribe.
En 2019 inició el estudio de la matabuey. Esta serpiente es una de las víboras, como se les llama a las serpientes venenosas, más grandes de América Central. Despierta temor, pues su mordida es de importancia médica, pero también mucha fascinación. Sin embargo, se sabe muy poco de su comportamiento en la naturaleza. Lo que se conoce de la especie es a partir de estudios de individuos en cautiverio.
Beck-Wö es una de las cinco matabuey que llevaron un radio transmisor durante cerca de un año en la reserva indígena Kéköldi, en Costa Rica. Foto: cortesía Bushmaster Conservation Program
El proyecto, que se llevó a cabo hasta 2023, consistió en capturar ejemplares vivos para insertarles un radiotransmisor que da información diaria sobre su paradero. El primer individuo fue un macho de 2.10 metros de largo y 2.8 kilos. En total se capturaron cinco ejemplares, incluidos hembras y juveniles. Cada radiotransmisor tiene una duración de 12 meses, por lo que antes de que se extinga, volvían a atrapar al animal para extraerle el aparato.
En los cinco años del proyecto, los científicos de The Bushmaster Project y el equipo local de Hernández descubrieron algo hasta ese momento desconocido. En palabras de Hernández, la temida matabuey es un animal “tranquilo”. Descansa en su madriguera durante el día y cuando el sol se oculta, sale. Cada noche recorre entre 250 y 500 metros hasta encontrar un punto de paso de fauna silvestre en donde esperará, por horas o incluso tres o cuatro días, a su presa.
Cuando atrapa su alimento, usualmente de roedores, se repliega y permanece inmóvil hasta por 24 días, haciendo digestión. “Después de eso, se prepara para hacer cambio de piel, sale de la madriguera y se va”, relata Hernández. Ireana Hernández, su hija, visitaba cada dos días el punto que revelaba el radiotransmisor, con el objetivo de observar las actividades de la serpiente y recolectar heces para ampliar los estudios.
Ireana Hernández se encargó de gran parte del trabajo de campo del proyecto. Foto: cortesía Bushmaster Conservation Program
Por ahora, el proyecto está en pausa, pero Hernández espera que la información recolectada sirva para transformar la mala imagen de la Lachesis stenophrys. “Sé que no voy a cambiar la ideología de las personas, menos de las mayores, pero quizás sí haya un cambio a futuro, trabajando con los niños, enseñándoles que no hay que matarlas, sino que hay que cuidarlas”, reflexiona.
La especie es un indicador del buen estado de salud de los bosques, explica Hernández. “Ahorita todavía tenemos bastantes ejemplares, pero me preocupa que su reproducción no es tan fácil por las condiciones del clima”, añade. Además, esta víbora es un controlador biológico, que al comer roedores y pequeños mamíferos mantiene el equilibrio del ecosistema.
Cinco biólogos bolivianos educan para conservar
Luis Galvez, Vianca Céspedes, Diego Duarte, Candy Schlief y Christian Trigo integran Jausi. Foto: cortesía Luis Galvez
Cuando el biólogo Luis Alejandro Galvez empezó a rescatar serpientes en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, las personas que lo contactaban solían enviarle fotos de los animales después de matarlos. “Ahí recién me preguntaban si era venenosa”, relata.
Después de cinco años, en los que ha rescatado a unos 150 ejemplares y aprovechado cada aviso para educar a la comunidad, Galvez asegura que el mensaje está calando y la percepción sobre estos reptiles está cambiando. “Ahora más personas saben identificar si es venenosa o no, algunos incluso saben identificar de qué especie es”, asegura.
A pesar del gran desarrollo urbanístico de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más poblada de Bolivia con 2.3 millones de habitantes, los conflictos humano-serpiente son frecuentes. Esto se debe a que está ubicada en un punto de transición de bosque chaqueño, chiquitano y cerrado. Además, el río Piraí bordea la ciudad. En otras palabras, es una zona biodiversa.
Luis Galvez sostiene una culebra chicoteadora (Chironius exoletus) durante un rescate y liberación. Foto: cortesía Luis Galvez
El biólogo identificó que el Ministerio de Ambiente, la entidad encargada de hacer rescates de fauna silvestre, cuenta con un equipo pequeño que “no abarca tanto trabajo”. Por eso se fue involucrando en esta tarea, hasta que el año pasado, junto a otros cuatro biólogos, conformó Jausi Bolivia, un colectivo enfocado en la difusión de información de reptiles y anfibios en la ciudad de Santa Cruz. Jausi es el nombre común de la lagartija Ameiva ameiva, una especie “muy conocida y querida en la ciudad”, de acuerdo con Galvez.
La curichera (Hydrodynastes gigas) y la boyé (Boa constrictor) están entre las especies más afectadas por el conflicto con los humanos. De diciembre a marzo, durante la época lluviosa, pero cálida, hay más encuentros. Aunque la mayoría se dan en la periferia, también se dan en los corredores verdes de la ciudad, que han permitido que se mantengan pequeñas poblaciones de serpientes.
Asimismo, el experto ha visto casos en los que personas que vienen de las zonas rurales transportan serpientes a la ciudad, sin su conocimiento, individuos que pudieron acercarse al vehículo en búsqueda de calor.
Jausi organizó eventos educativos y lúdicos por el Día de las Serpientes en 2024. Este 2025 también tienen preparada una agenda de actividades. Foto: cortesía Luis Alejandro Galvez
El equipo de biólogos organiza eventos educativos sobre las especies que habitan en la ciudad y sobre cómo actuar ante su presencia. “Si uno no las molesta, son tranquilas”, asegura. Este 2025, el equipo de Jausi realizará la segunda edición de la feria Aquí no maj, por el Día de las Serpientes. Allí lanzarán una guía ilustrada para identificarlas, a la que se podrá acceder con un código QR. Ahora están trabajando en un artículo científico con el listado de las especies de estos reptiles observados en el área metropolitana de Santa Cruz.
A pesar de la gran importancia ecológica de las serpientes, es uno de los grupos de animales que más rechazo genera. Con estas actividades, los integrantes de Jausi buscan que Santa Cruz sea un ejemplo de convivencia equilibrada. “Una vez que eso suceda, vamos a seguir con una Santa Cruz Verde, que es lo que nos caracteriza”, concluye Galvez.
Foto principal: Una boa esmeralda (Corallus batesii) en el Vivarium de Quito. Foto: Thomas Nicolon
El artículo original fue publicado por Ana Cristina Alvarado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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