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Felinos sin cola y coatíes con pérdida de pelo: alertan sobre anomalías en la fauna de Cerro Blanco, bosque emblemático de Guayaquil | TECNOLOGIA – El boletin Peruano

Mientras Guayaquil –la principal ciudad portuaria de Ecuador– crece hacia los bordes del Bosque Protector Cerro Blanco y se proyecta una carretera que podría dividirlo, investigadores alertan que ya no se avista el jaguar y las especies de felinos que quedan muestran anomalías físicas. “Son indicios de que algo no está bien en la zona”, dice Benjamín Navas, director del proyecto de monitoreo de fauna Keep in Science.

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“Aunque muchos no lo reconozcan, es un privilegio tener una reserva en la ciudad”, dice Paúl Cun, biólogo que trabaja desde hace 27 años para la Fundación Probosque, encargada de administrar Cerro Blanco. La conservación de este espacio empezó en 1989, cuando actores privados solicitaron que se declaren 2075 hectáreas como bosque protector. Lo que fue una hacienda con unas 600 hectáreas de pastizales se fue recuperando poco a poco mediante la reforestación. A lo largo de los años, el área protegida creció y ahora está conformada por 6000 hectáreas.

Vía a la Costa separa a Cerro Blanco de urbanizaciones construidas sobre el manglar y el bosque seco. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

Cun explica que la reserva alberga un ecosistema considerado En Peligro Crítico, el bosque seco. Se caracteriza, dice, porque las especies se han adaptado a vivir ocho meses del año sin lluvia. “Eso hace que Cerro Blanco sea muy particular y que presente especies endémicas”. En los guayacanes (Guaiacum officinale) o pechiches (Vitex cymosa) se puede avistar el guacamayo de Guayaquil (Ara ambigus guayaquilensis), una ave endémica categorizada En Peligro Crítico.

Este es el último remanente de bosque que queda en el área urbana, señala Jaime Camacho, especialista en conservación de biodiversidad. La ciudad creció, dice, destruyendo sus ecosistemas naturales. El manglar y el bosque seco le cedieron silenciosamente el paso.

El papagayo de Guayaquil, amenazado por la pérdida de hábitat, es el ave emblema de la ciudad. Foto: Pete Oxford

Barrios populares, autopistas, urbanizaciones de clase media y alta, cementeras y tierras destinadas a la producción agrícola acorralan a Cerro Blanco. Las presiones están aislándolo de la Cordillera Chongón-Colonche, a la que pertenece, lo que podría provocar endogamia o reproducción entre individuos estrechamente emparentados.

Esto puede conllevar problemas genéticos y, en consecuencia, amenazar la existencia de la fauna. Además, la cercanía de la ciudad también trae otros problemas, incluyendo los conflictos y enfermedades que traen los animales domésticos. En varias ocasiones, traficantes de tierras y taladores ilegales lo han invadido, los incendios lo acechan, pero el problema más común es la cacería ilegal de fauna, destinada para el comercio de carne silvestre o el mascotismo.

Felinos sin cola o con la cola fracturada

Expertos creen que este ocelote perdió la cola en un enfrentamiento con perros asilvestrados. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

Navas empezó a monitorear Cerro Blanco en 2019, como parte de una investigación para obtener el título de biólogo. Se planteó observar la fauna mediante cámaras trampa, pero en lugar de instalarlas en lo más profundo del bosque, como dictaría la lógica, lo hizo en los senderos y otras áreas turísticas.

El biólogo descubrió que una vez que los humanos abandonan el bosque y el sol empieza a esconderse, coatíes (Nasua nasua manium), mapaches (Procyon cancrivorus aequatorialis) y ciervos (ciervo de cola blanca) reclaman su espacio. “Eso sucede porque la intervención humana dentro del bosque protector no es tan grande”, asegura el biólogo. El estudio registró 16 especies de mamíferos.

Un yaguarundí con la cola quebrada levanta las alertas en Cerro Blanco. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

Ver los primeros registros de fauna fue emocionante. Analizó las imágenes con esmero y cariño, aunque por el volumen de trabajo, aceleró el paso. Sin embargo, tuvo que detenerse cuando algo le llamó la atención. Durante la noche, las cámaras trampa captaron a un ocelote (Leopardus pardalis) que parecía no tener cola. Luego, el animal fue fotografiado en el día y Navas confirmó sus sospechas.

Ese no fue el único felino con anomalías. El biólogo también registró a un yaguarundi (Herpailurus yagouaroundi panamensis) y a otro ocelote con sus colas fracturadas. Con las afectaciones en la cola, los felinos pueden sufrir desequilibrio físico y perder la capacidad de orientación. “Probablemente, esos individuos no sobrevivan”, dice Navas.

El biólogo conversó con expertos en felinos y surgieron dos hipótesis. La primera plantea que la gran presencia de perros asilvestrados en el bosque puede ocasionar conflictos con los felinos, que son ágiles, pero relativamente pequeños. El ocelote pesa hasta 18 kilos, mientras que el yaguarundí o jaguarundi no sobrepasa los 7.6 kilos. La segunda hipótesis señala que las anomalías son el resultado de la endogamia por el aislamiento de Cerro Blanco.

Los perros asilvestrados amenazan a la fauna en el bosque protector. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

Para saber realmente cuál es la causa, hace falta investigación, algo que es cada vez menos frecuente en este lugar, de acuerdo con Camacho.

Los hallazgos alertan sobre el estado de los felinos y sobre su futuro, opina Navas. Teme que las dos especies desaparezcan localmente. Aunque no hay una confirmación oficial, se cree que ya no hay jaguares en Cerro Blanco. En consecuencia, dice, hay abundancia de sahinos (Dicotyles tajacu niger) y diferentes especies de ciervos, animales que son controlados naturalmente por el gran felino americano. Si desaparecen el yaguarundí y el ocelote, especies menores como los roedores y los reptiles se multiplicarían, provocando desequilibrio en el bosque.

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La conectividad corre más riesgos

El bosque seco retiene y distribuye el agua durante los meses sin lluvia. Foto: cortesía Fundación Probosque

El último registro fotográfico de un jaguar se dio en 2011. No obstante, Cun asegura que en 2016 un guardabosques observó a una pareja y este 2025 volvieron a encontrar huellas grandes en los senderos, pero no han podido confirmar si se trata de un jaguar o de un puma (Puma concolor). De todas maneras, el experto sabe que un solo jaguar necesita unas 3000 hectáreas, de manera que la reserva no podría albergar más que a un par.

Para asegurar la supervivencia de los grandes felinos y de algunas especies de aves, Cun cree que es necesario crear corredores de conectividad hacia el noreste, donde hay parches de bosque que se mantienen en buen estado. Sabe que es un reto que debe asumirse por la mayor cantidad de actores públicos y privados, pues habría que llegar a acuerdos con los propietarios de tierras a lo largo de decenas de kilómetros.

En 2011 se hizo el último registro de un jaguar en Cerro Blanco. Foto: cortesía Fundación Probosque

“Vale hacer los esfuerzos para conservar las áreas aledañas. Muchos investigadores consideran que el jaguar se extinguió localmente, pero creo que vale la pena continuar con los esfuerzos”, dice esperanzado.

Contrario a eso, el Municipio está planificando la construcción de una vía que atravesaría el bosque y lo fragmentaría. El objetivo es conectar el noroeste de la ciudad con Daular, una zona rural en el suroeste, donde se está construyendo el nuevo aeropuerto de la urbe. El plan causó indignación entre los guayaquileños. Es que Cerro Blanco, en palabras de Camacho, ha dejado un importante legado en cuanto a educación ambiental y “es uno de los mayores generadores de conciencia en Guayaquil”.

Invasores talan árboles de interés comercial. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

El diseño de la vía, presentando en abril de 2025, incluye un túnel de 300 metros que atravesará el área protegida. Mientras avanzan los estudios técnicos y las expropiaciones, a Camacho le preocupa el impacto que la construcción y el uso de la infraestructura tendrá en la flora y fauna del lugar. A pesar de eso, cree que el túnel es la opción menos dañina. El planteamiento inicial, de construir una vía en medio del bosque, habría sido “fatal” para la fauna. Mongabay Latam le consultó al Municipio sobre los estudios de impacto ambiental y los planes de manejo, pero no respondió hasta el cierre del artículo.

“Esto lo está tratando la dirección de la Fundación Probosque”, dice Cun. Sin embargo, señala que la conservación de Cerro Blanco “realza el compromiso e interés de las autoridades con sus habitantes”. Para el biólogo, no hay que perder de vista que el bosque contribuye al bienestar de los guayaquileños, debido a que provee de oxígeno, captura dióxido de carbono (CO2), disminuye el riesgo de deslaves e inundaciones y apoya a la ciudad a cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible.

Un futuro incierto

Un coatí con pérdida de pelo, algo que podría indicar que tiene sarna. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

El monitoreo de cámaras trampa de Navas también reveló que hay coatíes con pérdida de pelo y con problemas para caminar. Al igual que en el caso de los felinos, hace falta investigación para determinar qué enfermedad o condición les afecta.

Por el momento se maneja la hipótesis de que se trata de zoonosis, es decir, de intercambios de patógenos entre especies domésticas y silvestres. En otras palabras, los perros asilvestrados podrían estar contagiando a la fauna nativa con diferentes enfermedades. Le preocupa que haya transmisión cuando los felinos cazan coatíes o cuando los mamíferos se relacionan en las pozas de agua.

Benjamín Navas instalando una cámara trampa. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

La entrada de perros, ya sea desde las zonas habitadas que se expanden o por personas que los abandonan en las cercanías del bosque, es uno de los problemas más graves que enfrenta Cerro Blanco, de acuerdo con Navas. “Es incontrolable”, dice. La administración de la reserva ha hecho campañas de esterilización, pero no ha sido suficiente.

Las amenazas que acechan al bosque protector ponen en riesgo a la fauna y, en consecuencia, al ecosistema. Camacho explica que ciertos mamíferos y aves dispersan semillas o polinizan las flores, manteniendo la biodiversidad. Las plantas, a su vez, retienen y distribuyen el agua, no solo asegurando la vida en el bosque durante la época seca, sino también aportando con agua dulce al manglar, que protege a la ciudad del oleaje y la erosión costera.

La ardilla de Guayaquil (Simosciurus stramineus) es una especie endémica de Ecuador y Perú. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

A pesar del rol fundamental que cumple la reserva, a Camacho le sorprende que todavía no se haya aprobado su plan de manejo, el documento técnico y legal que define cómo conservar, usar y administrar un área protegida. “Si no hay un plan de manejo en un bosque protector, no existe”, asegura.

Cun, el biólogo de Cerro Blanco, dice que el plan de manejo se entregó al Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica en 2024, pero que fue devuelto con observaciones “generales” sobre datos socioeconómicos, legislación y cartografía. El equipo de Probosque, que es limitado en número, está trabajando en el documento y tiene planificado enviarlo este julio. A eso se suma la falta de investigación, que permitiría tomar decisiones para el adecuado manejo del bosque y su conservación, de acuerdo con Camacho.

Una guatusa (Dasyprocta punctata) interactúa con un coatí (Nasua nasua manium). Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

Navas continuó con el monitoreo después de terminar su tesis como un proyecto personal y autofinanciado. Para el biólogo, cada ocelote, coatí o ciervo captado por sus cámaras manda un mensaje claro: “Los animales te dicen ‘estoy aquí, no todo está perdido’”.

Foto principal: los ocelotes son félidos de hábitos nocturnos. Foto: cortesía Keep in Science / Benjamín Navas

El artículo original fue publicado por en Mongabay Latam.

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