


Desde el momento en que se mencionó a Chiclayo, conocida como la ‘capital de la amistad’, ha captado la atención internacional. Este reconocimiento no solo se limita a los turistas, sino que periodistas de diversas partes del mundo han llegado a esta ciudad del norte de Perú, convirtiéndose en testigos de su singularidad y esencia por primera vez.
La huella más significativa que ha dejado en el país se remonta a los años 80, y esta ha sido fortalecida a lo largo de casi cuatro décadas, mediante viajes y labores pastorales ininterrumpidas. La influencia de un sacerdote extranjero va más allá del ámbito espiritual; él se integró a la comunidad de tal manera que, por ejemplo, el Documento de identidad nacional peruana (DNI) fue emitido en su nombre el 24 de agosto de 2015. Además, logró actualizar su versión electrónica al año siguiente, sin fecha de vencimiento, y ha estado afiliado al seguro de salud integral (SIS) desde 2023. Su compromiso fue tal que durante diez años, incluso logró ser parte de un programa de bonificación que le otorgó 50 puntos disponibles.
Apenas era elegido Papa, las instituciones estatales demostraron que tenía todos los documentos como peruano. Incluso tomó una licencia de conducir y no recibió ninguna votación en 10 años.
Apenas era elegido Papa, las instituciones estatales demostraron que tenía todos los documentos como peruano. Incluso tomó una licencia de conducir y no recibió ninguna votación en 10 años.
Este fenómeno tiene raíces profundas en la vocación que eligió el Papá, quien ha dedicado su vida al trabajo misionero. Según el teólogo e historiador Juan Miguel Espinoza, los misioneros suelen abandonar sus países de origen para llevar el mensaje del evangelio a comunidades que se encuentran distantes y que muchas veces son vulnerables. La tendencia histórica de las misiones ha sido trasladar el núcleo del trabajo de evangelización desde el norte hacia el sur, comenzando en Europa, llegando a Estados Unidos y Canadá, y posteriormente extendiéndose a América Latina, África y Asia. Al pasar tiempo en estas regiones, los misioneros buscan comprender la cultura, el idioma y las tradiciones locales como medio para establecer una conexión más fuerte con las comunidades que están sirviendo. Sin embargo, la nacionalización no es un procedimiento automático, y ahí es donde radica la singularidad del nuevo Papa.
“La decisión de Cardinal Prevost no refleja la voluntad de todos los misioneros, pero representa el deseo de algunos de abrirse de par en par hacia el país que los ha acogido, compartiendo sus aprendizajes y experiencias durante muchos años. Los misioneros establecen vínculos afectivos profundos, y este gesto representa que consideran a la tierra que los acoge como su hogar« concluye el teólogo.
El Sacerdote jesuita Rafael Fernández Hart, rector de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, hace hincapié en un aspecto importante: obtener la nacionalización como misionero requiere una justificación sólida para su aprobación. «No es suficiente con desearlo. Debes demostrar un amor genuino hacia el país y ofrecer argumentos suficientemente contundentes para que tus superiores den su visto bueno» señala a este periódico.
La real necesidad administrativa detrás de la nacionalidad, un aspecto ligado a su gestión personal, corresponde a las exigencias gubernamentales en su labor. Fernández Hart subraya que, “desde el concordato entre el Vaticano y el Perú, firmado en 1980, se estipula que los obispos de la iglesia deben ser peruanos y deben contar con un DNI.” Sin embargo, no es correcto reducir este asunto a un simple trámite administrativo. Tanto su propia institución (Augustinianos) como el Padre Prevost debieron estar de acuerdo con esta decisión. Definitivamente lo quiso; su vida ministerial demuestra que se integró de manera excepcional, compartiendo y viviendo con gran cercanía a las personas.« añade.
Más allá de ser un acto simbólico o un procedimiento administrativo, ambos coinciden en que la referencia a Chiclayo en su primer discurso tras el cónclave posee un significado aún más profundo.
«Prevost se ha forjado como un auténtico pastor en Perú, donde ha realizado la mayoría de sus labores pastorales que implican la atención directa a las comunidades« sostiene Espinoza. Al iniciar su carrera como sacerdote en 1985, Prevost llegó a Chulucanas, Piura, a la edad de 30 años. «Comenzó trabajando con campesinos mestizos en Chulucanas, posteriormente, en Trujillo, involucrándose en la formación de religiosos, además de desempeñarse como pastor en áreas periféricas, dedicándose al cuidado de los más vulnerables. Durante su tiempo como obispo en Chiclayo, impulsó un movimiento riguroso de pastoral social, apuntando a cubrir diversas necesidades y atendiendo a las críticas generadas por las crisis, tales como el fenómeno Pandémico, el Cyclone de Yaku, y el incremento del crimen organizado en distintas comunidades.»
Por su parte, el sacerdote Fernández describe esta juventud como «espontánea, disruptiva y extraordinaria»; esta visión también puede interpretarse como una continuidad de la misión impulsada por Francisco: llevar el mensaje de la Iglesia Católica a esos rincones olvidados, donde la pobreza y la vulnerabilidad son evidentes.
«Prevost ha sido preparado en esa visión, es un pastor que ha rodado por las comunidades más necesitadas de Perú, y su deseo ha sido llevar esas periferias al centro del catolicismo, en Roma, a través de un lenguaje que conecta con los grupos marginados y en situación de pobreza de nuestro mundo« concluye Espinoza.